Por aquellos días, Juan el Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo:
«Voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Mateo 3, 1-17
Preámbulo
Este icono se conoce también como el de la “teofanía en el río Jordán”. La iconografía sobre el Bautismo es muy temprana en el oriente cristiano, debido a la importancia de este sacramento, puerta de entrada a la vida en Cristo, que llega a su conclusión con el don del Espíritu y la comunión en el seno de la Iglesia.
Es una iconografía que se ha mantenido a lo largo de los siglos enriqueciéndose con múltiples pasajes veterotestamentarios, que van desde los primeros versículos del relato de la Creación (bautismo como nueva creación), al pasaje de Noé (bautismo como nueva alianza), a pasajes del Éxodo (bautismo como salvación de la muerte y configuración de un pueblo), y a textos por los profetas (bautismo como cumplimiento de las promesas) y los salmos. Son muchos los textos de la Escritura a los podemos acudir para poder rezar con este magnífico icono, que nos abre una amplia ventana a la espiritualidad. Repetimos que la iconografía está siempre ligada a la Palabra de Dios, el icono es expresión visual del Misterio revelado en la Palabra.
Explicación del icono
El icono representa el momento que narra el evangelio de Mateo (3, 13-17): «Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”».
Dios se somete a su criatura, no porque sea inferior a nosotros, sino porque él es verdaderamente el Enmanuel, el Dios cercano. Esto lo vemos en el icono, que es generalmente es una composición pictórica que se presenta dividida en dos partes, separadas por la depresión geomórfica, configurada por el río Jordán. La cuenca del río Jordán es uno de los puntos más deprimidos de Palestina, situándose en algunos puntos por debajo del nivel de mar.
En los Padres podemos encontrar cómo la vida espiritual también se enriquece con la creación. Hay que aprender a leer los signos de la naturaleza, la Palabra de Dios, la Persona de Cristo, y el corazón del hombre, para que todo nos hable del Creador, de la Trinidad. El hombre espiritual es el que sabe leer en los acontecimientos de la creación las huellas de Dios y el lenguaje con el que Él nos habla. Por eso, poco a poco, esta fenómeno de la cuenca del río Jordán fue cargándose de significado simbólico dentro de la iconografía cristiana.
Por un lado, simboliza la profunda fractura producida entre Dios y el hombre tras el pecado. En medio de este abismo es colocado aquel que servirá de quicio, de piedra de choque, para la salvación; manifestación de lo divino y verdadero hombre: Nuevo Adán. Si no fuera por Jesucristo esta distancia nunca se hubiera superado. Él es el que se coloca como puente de la salvación. Era, por tanto, necesaria la intervención de un ser capaz de recomponer la fractura y colmar este vacío; él allana el profundo abismo; es el anillo entre la naturaleza humana y la divina.
Por otra parte, esta bajada a un punto por debajo del nivel del mar simboliza la kénosis, el abajamiento del Cristo. «Siendo de condición divina (…) tomó la condición de siervo» (Flp 2, 6-7). En su estructura esta íntimamente ligado al icono del descenso a los infiernos. El Buen Pastor se abaja y rescata a la oveja que cae a lo más profundo del abismo. No se conforma con seguir el plan de la creación y de la salvación sino que se abaja para tomar a su oveja, y la carga sobre sus hombros.
Cristo aparece sumergiéndose en las aguas. Hay tres formas de representar la inmersión de Cristo: la primera, con agua hasta la cintura; otra, hasta los hombros y, por último, aquella donde las aguas aparecen por encima de su cabeza. La más representada en el icono oriental es la tercera. Las dos primeras recuerdan los baptisterios, cuando eran introducidos los neófitos en las pilas bautismales y se las sumergía tres veces, agachándose para que el agua cubriera la cabeza del catecúmeno.
A la tercera, que es la representada en nuestra parroquia, se la denomina “sarcófago acuoso“. «Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor» (Rm 14, 8). Esta idea de sepulcro viene reforzada por el cuerpo rígido del Señor. Está íntimamente relacionada con el icono de la Natividad del Señor, donde aparece el niño fajado, en la lápida y dentro de una gruta a modo de sepulcro. Esta caverna llena de agua representa el infierno de la muerte. Cristo ha venido para sacar al hombre de la muerte. En esta tumba está sumergido Jesús. Cristo pre-desciende a los infiernos: «Habiendo bajado a las aguas, ató al fuerte», dirá Cirilo de Jerusalén. Una de las fórmulas bautismales es la de: «ahora eres sepultado en las aguas del bautismo».
Jesucristo
Cristo muestra gran parte de su cuerpo desnudo, haciendo alusión a su condición de Nuevo Adán, que restaura la carne del hombre como lugar de la salvación y manifestación de Dios. Cristo está desnudo porque representa al hombre que renace: es el hombre nuevo que ha vuelto a nacer de Dios. Cristo, segundo Adán, está desnudo porque no tiene pecado. El primer Adán sólo se dio cuenta de su desnudez cuando pecó. Cristo es el nuevo Adán.
El verdadero significado del cuerpo desnudo de Cristo como Hombre-Dios perfecto y Nuevo Adán es la verdadera y completa naturaleza humana de Cristo. Cristo también salva y ordena la sexualidad de la humanidad y plenifica el amor humano, cargando el acto sexual de valor salvífico, esponsal y sacrificial: «como Cristo ama a su Iglesia».
El icono se esboza un movimiento de Cristo: como si fuera a andar. Este movimiento nos quiere decir que es Dios quien ha dado el primer paso, en la Creación, en la Salvación y en la Redención tras el pecado. Él se mueve libremente, caminando hacia san Juan Bautista. En éste el gesto de la inclinación del cuerpo y la posición de las piernas en un suave movimiento hacia Juan se deja entrever como hay una voluntad redentora.
«Cristo, como el primer hombre, tiene ante sí la elección porque su humanidad es perfecta. La humanidad de Cristo pasa por su libre determinación. Jesús se consagra conscientemente y libremente a su misión terrenal, se somete enteramente a la voluntad del Padre, y el Padre le responde enviando sobre él al Espíritu Santo» (P. Evdokimov).
El Padre
La salvación de la humanidad es obra de la santa Trinidad, Dios Uno, presente y actuante en Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. En algunos iconos encontramos, en la parte superior, la mano del Padre que está bendiciendo y de la cual parte el Espíritu Santo con forma de paloma, que desciende sobre Cristo, o un rayo de luz que se posa sobre la cabeza de Cristo. En algunos iconos se representa a Cristo en el Bautismo bendiciendo con su mano derecha; es el mismo gesto que hace en la creación y la santificación de las aguas. Dios Padre Creador viene representado, cuando crea, con los rasgos de Jesucristo el Hijo amado y con esa mano bendiciendo. Cristo, es la única persona de la Santísima Trinidad que se ha hecho hombre, por tanto, se le puede representar a Dios con su imagen cuando crea el mundo. Con su mano derecha Cristo bendice las aguas y las prepara para hacerlas aguas del bautismo, a las que santifica con su propia inmersión, cambiándolas de significado: antes eran imagen de la muerte (el diluvio), ahora son fuente de la vida.
Hay muchas alusiones a pasajes de la Creación. En primer, la separación de las aguas y la tierra seca. Nos hace alusión que ésta es una Nueva Creación realizada por la Trinidad. El «Hagamos» de la Creación se desvela en esta teofanía, donde se nos manifiesta un Dios Uno en comunión de Amor de las tres Personas trinitarias. Todo adquiere significado y nos hace conscientes que la Creación, no ha sucedido como un único momento, sino que está sucediendo dentro de un plan salvífico, providente.
El Espíritu Santo
El libro del Génesis es comprendido en este momento en su plenitud. El Espíritu de Dios, aleteando sobre las aguas, como leemos en los primeros versículos del Génesis son comprendidos en la visión de San Juan Bautista. El Espíritu Santo aparece en forma de paloma. Lo interesante de esta representación de paloma, no es que la tercera Persona de la Trinidad sea un animal (encontramos otras imágenes de la tercera Persona: la brisa, la llama de fuego), sino su aletear, su alusión al pasaje de la Creación, además de una alusión a ser una alianza como la que se hizo después del diluvio.
«El Espíritu Santo planeando sobre las aguas primordiales ha suscitado la vida, al igual que planeando sobre las aguas del Jordán suscita el segundo nacimiento de la nueva criatura» (San Juan Damasceno).
Se trata, pues, de una nueva Creación y una Nueva Alianza en Cristo. A pesar de la sobriedad, el icono destaca cómo en el bautismo de Cristo se hace presente toda la creación, cielo y tierra, ángeles y hombres:
«Hoy la creación es iluminada, hoy todas las cosas están llenas de júbilo, los seres celestes y terrestres. Ángeles y hombres se unen, porque donde está presente el Rey, allí también está su séquito».
El bautismo de Cristo es también iluminación para todo el mundo. En el icono encontramos, deliberadamente, el contraste entre la oscuridad del Jordán, representado incluso con el Leviatán y los diversos monstruos marinos, y la iluminación del mundo entero y de los que están en él; la figura central de Cristo en el icono es la fuente de la luz para el mundo: «El Señor, que lava la inmundicia de los hombres, purificándose en el Jordán por ellos, a los que se había asimilado sin dejar de ser lo que era, ilumina a los que están en las tinieblas».
El bautismo como iluminación lo encontramos también cantado admirablemente en uno de los troparios del Matutino, atribuido a Romano el Meloda (siglo VI); en él, a partir del texto de Isaías, 8-9, el himnógrafo canta todo el misterio de la redención obrada por Cristo: «Para la Galilea de los gentiles, para la región de Zabulón y para la tierra de Neftalí, como dijo el profeta, una gran luz ha brillado, Cristo: para los que estaban en las tinieblas ha aparecido en Belén cual fúlgido y fulgurante esplendor; o más bien, naciendo de María, el Señor, el sol de justicia, sobre toda la tierra hace brillar sus rayos. Venid hijos de Adán que estabais desnudos, venid todos, revistámonos de él para ser calentados; sí, como reparo por los desnudos, como luz para los que viven en tinieblas, tú has venido, has aparecido oh luz inaccesible».
Los ángeles
Los ángeles con las manos cubiertas en señal de adoración, son las naturalezas angélicas que se postran ante la sabiduría de Dios encarnada en Cristo, su dueño y señor. «Como en el cielo, estaban con temor y estupor en el Jordán las potencias angélicas, considerando tan gran abajamiento el de Dios: porque aquél que tiene en su poder las aguas que están sobre los cielos, estaba, revestido de un cuerpo, entre las aguas, el Dios de nuestros padres».
Cuando son tres ángeles son figura de la Santísima Trinidad, como se representa la aparición a Abraham en Mambré. Cristo se separa de estas figuras angélicas y se encamina voluntariamente hacia Juan que representa al hombre, la humanidad. Se insiste en el amor de Dios a los hombres. Los ángeles están expectantes y descubren en este momento su vocación: son servidores de Dios y servidores del hombre, porque están mirando la plenitud de la Creación: la encarnación del Verbo.
Esto fue lo que suscitó el pecado de uno de los ángeles: no servirán a un Dios que se ha querido hacer hombre. Siendo seres perfectos su corazón se pervierte y caen. El quicio de la salvación no es sólo el alma, lo espiritual, sino el alma junto con la carne. Aquí se desvela esta forma de creación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. La vocación del hombre es la de adquirir la imagen y llegar a la semejanza del Resucitado.
San Juan Bautista
Otra de las figuras más destacadas es la de San Juan Bautista. Con Cristo y Juan los troparios presentan la relación que hay entre Creador y creatura:
«Las aguas del río Jordán te han acogido a ti, la fuente, y el Paráclito ha descendido en forma de paloma; inclina la cabeza el que ha inclinado los cielos; grita la arcilla a aquél que lo ha plasmado, y exclama: “¿Por qué me mandas esto que me sobrepasa? Soy yo el que necesita de tu bautismo. Oh Cristo sin pecado, Dios nuestro, gloria a ti”».
Juan va vestido de pieles y es figura del hombre viejo, de Adán, al que Cristo ha venido a rescatar. El hombre revestido de pecado, es despojado y regenerado: su lugar es tomado por el Hombre nuevo. Cuando va vestido con túnica y manto de tela, Juan Bautista representa “el amigo del Esposo”, su alegría es inmensa y goza oyendo la voz del Esposo que viene a desposarse con su Iglesia y a través de ella con la Humanidad entera. Esta representación reproduce el encuentro excepcional entre Dios y la humanidad. Místicamente, en san Juan Bautista, todos los hombres se reconocen hijos en el Hijo y testigos. En Juan, todos los hombres dicen sí al encuentro.
Juan es el último de los profetas, el que manifiesta lo que ha visto. Da testimonio de Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios, como el que ha de venir. Ha leído en la Carne de Cristo todas las Escrituras cumplidas. No es digno, pero es testigo; y reconoce, obedece y bautiza con agua lo que el Padre está ungiendo en el Espíritu.
Juan, como los ángeles, se inclina sobre Jesucristo en señal de sumisión y adoración, al mismo tiempo lo señala como el Cordero de Dios. Del mismo modo que reconoce los pasajes del Génesis, san Juan está pensando en el cumplimiento de Isaías y sabe que esta salvación se debe hacer por medio de la entrega.
El árbol
Encontramos en la parte inferior izquierda del icono un arbolillo en el que hay un hacha. Este símbolo hace mención a la advertencia del Bautista: «Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego» (Mt 3, 10). Es, por tanto, una llamada a la conversión.
También puede interpretarse a la luz del pasaje de Eliseo recogido en el capítulo 6 del Segundo Libro de los Reyes: los sirios dijeron a Eliseo que aquel lugar era demasiado estrecho para habitar y piden que les deje ir al Jordán para cortar cada uno un tronco y así poder construir una casa. De modo que, en aquel lugar estrecho, en Cristo, este se manifiesta a todos los pueblos y aquello que buscaban para vivir más cómodos, se convierte en un lugar donde todo hombre puede buscar la salvación. Uno de ellos pide que Eliseo vaya con ellos y les promete que irá. Allí se produce el milagro, el signo profético. Uno de ellos pierde el hacha metálica (que era prestada), y Eliseo lanza un tronco que hace flotar el hierro. Con la cruz, la carne hundida en el pecado alcanza la salvación, el madero porta el metal, lo muestra y lo rescata.
El Río Jordán
El río Jordán tiene una importancia capital en el bautismo del Señor. El cuerpo de Cristo está sumergido en el río, en algunos iconos podemos ver, en la parte inferior derecha, a una figura humana coronada montada sobre las espaldas de un monstruo, haciendo referencia al río Jordán que al verle se echó atrás (Sal 113, 3). Los himnos de la fiesta hacen continuas menciones a este salmo: «¿Por qué paras tus aguas, oh Jordán? ¿Por qué vuelves atrás tu corriente y no dejas que siga su curso natural? No puedo soportar el fuego -contesta el Jordán- que me devora. Me retraigo y tiemblo ante esta extrema condescendencia, puesto que no suelo lavar a quien es puro, no he aprendido a limpiar a quien es libre de pecado, sino a purificar los vasos sucios. El Cristo, que es bautizado en mí, me enseña a quemar las espinas del pecado» (Himno de la Gran Hora VI, tono V).
En las aguas del río aparecen otros animales para recordar que Cristo es el que camina sobre el áspid y el basilisco y pisa leones y dragones (Sal 90), del mismo modo que lo hace en el icono de la resurrección, pisando la muerte y el infierno. Algunos iconógrafos representan la muerte que Cristo viene a destruir, representando al Leviatán dentro del Jordán. También aparecen muchos pececillos. En la Iglesia primitiva a los cristianos se les denominaba en algunos escritos como “los pececillos de Dios”. En una iglesia de Laodicea vemos todo el pavimento de las naves repletas de animales marinos y lo mezclan con Jonás y la pesca milagrosa de los apóstoles. La Iglesia es esto: animales de toda clase, unos pequeños, otros grandes; de diversa especie. Es una llamada a la Iglesia como un gran río que brota el nuevo templo: la carne de Cristo, restituido en tres días por el poder el Espíritu, en el amor del Padre.
El paisaje
La naturaleza que conforma la escena es una naturaleza muy árida, como la que se nos presenta en casi todos los iconos. Apenas encontramos vegetación. El iconógrafo ha querido con esto mostrar un contraste: Mientras que el hombre sin Dios no puede desprenderse del pecado su vida es árida y penosa. Pero contrasta con la vida que fluye en el río, que es la vida que trae Cristo, la vida del Bautismo.
El paisaje rocoso representa cuatro cumbres, que parecen llenar la parte alta del icono y recuerdan las del descenso a los infiernos. Son cuatro montañas distinguibles sólo en la parte alta. Parten como de un mismo bloque, porque las cuatro son una misma cosa. Representan a los cuatro Evangelistas. Tres de estas cumbres se yerguen hacia el cielo en el lado derecho, mientras la cuarta -en el izquierdo- es curva y parece doblarse hacia Cristo.
La montaña con la cima curvada simboliza el Evangelio de san Juan: «quien viendo que en los Evangelios de los demás están narradas más bien las cosas que se referían a la parte humana de Cristo, por impulso divino, a petición de sus discípulos, último de todos, escribió un evangelio espiritual» (Clemente de Alejandría), cuya principal preocupación es demostrar el origen divino de Cristo: el misterio de la divinidad en la encarnación. Esta montaña curvada está proyectada en su cúspide hacia Dios y en su base sujeta a Juan el Bautista que con el gesto de su mano reconduce la mirada a Cristo. Juan evangelista era discípulo de Juan el Bautista y éste presenta a Cristo como el Cordero de Dios; a partir de ahí, Juan Evangelista se hace discípulo de Jesús.
Conclusión
El bautismo de Cristo y de los cristianos es presentado también como un nuevo nacimiento en la Iglesia: «Un tiempo estéril, amargamente privada de prole, alégrate hoy, oh Iglesia de Cristo: porque del agua y del Espíritu han sido engendrados hijos que con fe aclaman: No hay santo como nuestro Dios, y no hay otro justo fuera de ti, Señor».
Todos los bautizados estamos llamados a recorrer el camino de la santidad, no podemos ser “cristianos a medias”, nos recuerda el Papa Francisco. Si en verdad hemos conocido a Cristo, en nuestra vida debe haber un antes y un después, pues Cristo se ha manifestado para hacer de nosotros una nueva creación, que ha de manifestarse en nuestro estilo de vida. Si no es así, la fiesta del bautismo del Señor es una buena ocasión para pedirle al Señor que realice en nosotros esa nueva creación.
«Nacemos en el agua y sólo permaneciendo en esta somos salvados»
Tertuliano, “De Baptismo” I, 3
Hoy, la gracia del Espíritu Santo
San Sofronio de Jerusalén (siglo VII)
desciende sobre las aguas en forma de paloma.
Hoy, las aguas del Jordán se cambian en remedio
por la presencia del Señor.
Hoy, quedan borrados los pecados de la humanidad
en las aguas del río Jordán.
Hoy, se abre el Paraíso delante de la humanidad
y resplandece sobre nosotros el sol de justicia.
Hoy, hemos conseguido el reino de los cielos.
Hoy, la tierra y el mar comparten la alegría del mundo.