Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. (…) Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».
Lucas 22, 14-32
Preámbulo
El fundamento bíblico del icono lo encontramos sobre todo en el Evangelio de Lucas (22, 14-21): «Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: “Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios”. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”. Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa».
La liturgia vespertina del Jueves Santo con la que la Iglesia latina inaugura el Triduo Pascual, es exclusivamente dedicada a la cena pascual que Cristo compartió con sus doce apóstoles. El tema principal de este día es la cena misma, en que Cristo exhortó que se comiera la pascua de la Nueva Alianza en memoria de él, de Su Cuerpo partido y de Su Sangre derramada para la remisión de los pecados. La traición de Judas y el lavado de los pies de los discípulos por Jesucristo también son centrales a la conmemoración litúrgica de este día.
La celebración litúrgica de la Cena del Señor, en el Jueves Santo, no es un mero recordatorio anual de la “institución” del sacramento de la Santa Comunión. De la misma manera, el acontecimiento de la cena pascual no era un acto de última hora por parte de Jesús para instituir el sacramento central de la fe cristiana antes de su pasión y muerte. Al contrario, toda la misión de Cristo, e incluso el propio objetivo de la creación del mundo, es para que la criatura bienamada de Dios, hecha en su propia imagen y semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con él por toda la eternidad, comiendo y bebiendo en su mesa, en la eternidad del Reino. Es eso lo que Cristo anuncia a sus apóstoles en la cena, y a todos aquellos que entienden sus palabras y creen en él y en el Padre, quien lo ha enviado.
No es una fiesta de la eucaristía como sacramento, sino que ha de preparar para la gran eucaristía del año, de la noche de santa de la Vigilia Pascual
Explicación del icono
La tradición iconográfica presenta siempre la santa cena en el momento en el cual Cristo dice: «Uno de vosotros me traicionará». Los discípulos mirándose unos a otros, se preguntan quién será el traidor. Pedro, a quien siempre se le representa con el vestido amarillo, dice a Juan, reclinado sobre el pecho del Señor: «Pregúntale quién es». Cristo responde: «Aquél que mete la mano en el plato conmigo, ese es». El que está metiendo la mano en el plato es Judas, representado con colores suntuosos, rojo y azul, como símbolo para todos nosotros del amor al mundo.
Cristo
Cristo lleva la túnica negra, signo de su pasión y muerte. En él se cumple el misterio pascual, el paso de este mundo al Padre. Él es el cordero «llevado al sacrificio, inmolado por la tarde», como dice Melitón de Sardes en la homilía sobre la Pascua. La túnica negra es símbolo también de la noche. Cristo entra en las tinieblas del pecado tomando sobre sí la traición, la enemistad, el rechazo.
La primera lectura de la misa leída en la iglesia latina indica las prescripciones sobre la cena pascual, la cuales fueron seguidas por Jesús, con la diferencia de que él cambia el contenido de las bendiciones tradicionales sobre el pan y el vino, refiriéndolas a su propio cuerpo y sangre.
Sobre la mesa están presentes los signos de la Eucaristía: la copa de vino y el pan. «Esto es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre»…
El pan
El pan ázimo no es ya únicamente el signo de la liberación de la esclavitud de Egipto, como para los hebreos, sino el Cuerpo de Cristo entregado por todos los hombres.
El cáliz
Es un motivo iconográfico de primer orden. Los tipos han oscilado con los cambios de época, pero su significado ha permanecido invariable. Se ha prestado una singular atención al uso de un único cáliz en la última cena, del cual beben todos los comensales. Esta forma original de actuar no encuentra paralelismo alguno ni en el mundo helenístico (sobre todo en las celebraciones de convivencia de los misterios paganos) ni en las comidas del judaísmo.
Jesús, al dar de beber de su propia copa, estaba realizando por vez primera un gesto sacramental inédito: la comunicación de un don único que es ofrecido por igual a todos los comensales a través de la participación de todos ellos en su propia copa, es decir, en su propia suerte o destino, según la expresión judía.
Es un cáliz sencillo, sin ornamentación, únicamente influye el tamaño, que es bastante grande, comparado con el volumen de las figuras.
A partir de esta primera eucaristía la copa de vino ya no es únicamente el signo de la entrada en la tierra de Canaán, sino la sangre de la Nueva Alianza, derramada por todos para la remisión de los pecados.
En consecuencia, la Eucaristía hace que todo cristiano sea injertado en la pascua de Cristo, en su paso de la muerte a la vida eterna.
Judas Iscariote
A la tierna devoción de Juan se opone el odio solapado de Judas. En la tradición iconográfica muchos artistas se las ingeniaron para diferenciar al traidor de los apóstoles fieles, ya por el lugar que ocupa en la mesa, ya por los atributos significativos, ya por el resto que lo denuncia. En algunos iconos, el anuncio de la traición hace que al autor se esfuerce en traducir los gestos del rostro y la mímica de las reacciones de cada uno de los apóstoles, intentando demostrar su inocencia o desenmascarar al traidor. Estos juegos fisonómicos que revelen las consciencias conmovidas hasta en su intimidad otorgan intensa vida a esta tragedia. A veces Judas Iscariote aparece en un primer plano y se le identifica por llevar la bolsa, donde ha metido las treinta monedas de la traición, en la mano izquierda y escondiéndola a su espalda, quedando frente al espectador para poder ser reconocido.
Judas normalmente aparece sin nimbo (aureola) por no ser santo y así dejar claro su carácter maléfico. Cabe destacar en esta pieza la inexistencia del nimbo, si siquiera Jesús lo lleva.
Juan
Es el apóstol preferido, aparece normalmente apoyando su cabeza en el pecho de Jesús. Esta actitud, mencionada sólo desde el año 1000 y de acuerdo con el cuarto Evangelio (Jn 13, 25). Se explica porque los apóstoles estaban acostados a la manera antigua, alrededor de una mesa en forma de sigma; ya no tiene sentido cuando los comensales están sentados; pero permanece impuesta por la tradición.
Entre la traición y la fidelidad
Un detalle interesante es ver que el Iscariote repite corporalmente la misma posición de Juan, el discípulo amado. Por lo demás, el rostro del traidor es como el los otros. La forma de pintar a Judas Iscariote y a Juan muestran de manera profunda esa misteriosa diferencia y similitud entre la fidelidad y traición. ¿Cómo distinguir a los dos apóstoles cuyos comportamientos externos son iguales? Sólo es posible con una mirada interior, espiritual.
En algunos iconos todos aparecen con nimbo (aureola), menos Judas, de forma que se le puede identificar fácilmente. Pero hay otra tradición que prefiere pintar sólo a Cristo con nimbo, el iconógrafo no se apropia el derecho de juzgar, sólo el maestro es santo y en el fondo, todos lo traicionaron en el momento de la cruz: «Esta noche -dice Cristo- os vais a escandalizar todos por mi causa» (Mt 26, 31).
En la Europa occidental, donde se ha asimilado el concepto de libre albedrío, muchos artistas han decretado la indiscutible condena de Judas, concluyendo que podía, en su libertad, no traicionar a Cristo y que ha escogido, en esa misma libertad, el camino de la traición en lugar de la fidelidad. Por eso muchos dibujan en su rostro la terrible expresión de esta traición, la noche en la que se adentra, al abandonar aquella sala llena de la luz de Cristo que empieza ya a despuntar y que brillará con toda plenitud en la noche de Pascua.
Lavatorio de los pies
Antes de anunciar la dramática traición por uno de los suyos, Jesús, rompiendo el protocolo de la cena pascual, hace un gesto transcendental que, aunque no es expresado en el icono ha venido a ser uno de los signos más importantes del Jueves Santo: «se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido» (Jn 13, 4-5).
Haciendo un gesto de plena humildad Cristo completa así el sentido de la pasión como el mayor servicio de Cristo al Padre y a los hombres. Este gesto ha de ser imitado a lo largo de los siglos por sus seguidores y a partir de él podemos afirmar con toda certeza que no se puede ser auténtico discípulo de Cristo sin la humildad, en la que aquellos primeros discípulos fueron iniciados, especialmente en los días intensos del Triduo Pascual.
Teniendo presente este gesto sublime del Salvador, somos invitados a participar en esta liturgia: «Venid todos los creyentes, a participar en la invitación real del maestro, en la mesa de la inmortalidad, en el lugar alto, con las mentes elevadas, oh fieles, y comamos con regocijo, aprendiendo palabras sublimes del Verbo, a quien le agradecemos» (Novena oda del canon de matutinos).
“No soy digno, Señor, de que entres bajo el techo sórdido de mi alma; mas tú que aceptaste ser acostado en una cueva y en un pesebre de animales, y visitar la casa de Simón el leproso, donde todavía acogiste a la pecadora que se te acercó, tan semejante a mí, dígnate también entrar en el pesebre de mi alma insensata y en el cuerpo manchado de este muerto y leproso, y así como no te repugnaron los labios impuros de la cortesana cuando besaba tus pies inmaculados, no sientas tampoco repugnancia, soberano Dios mía, de mí pecador, antes bien,. Por tu bondad y tu gran amor al hombre, admíteme a participar de tu santísimo cuerpo y sangre”.
Oración antes de la comunión