Siguió los caminos de Dios y después desapareció, porque Dios se lo llevó.
Génesis 5, 24
Preámbulo
El icono representa la dormición de María. Es una fiesta litúrgica muy importante tanto en Oriente como Occidente, fijada el 15 de agosto. Celebra el tránsito y la plena glorificación de la Madre de Dios como primer fruto del Misterio Pascual de Cristo. En Oriente se celebra desde finales del siglo VI con el nombre de Dormitio o Koimeis, es precedida por la llamada “pequeña cuaresma de la Madre de Dios”, período de oración y de ayuno que comienza el uno de agosto; en estas dos semanas, mientras se llega al día de la fiesta, por la tarde se celebra el oficio de la Paráklisis (“súplica”, “invocación”, “consolación”), una oración a la Madre de Dios, muy popular y amada por los fieles. El día 14 tiene lugar una pre-fiesta y es seguida por una octava que concluye el día 23.
En Occidente fue introducida un siglo más tarde y, a partir del siglo IX, es llamada “Asunción de María”. En el año 1950 el papa Pío XII definió el dogma afirmando: «María, la Madre de Dios Inmaculada y siempre Virgen, después de haber llegado al término de su vida terrenal, ha sido elevada en alma y cuerpo a la gloria celestial» (Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).
En este caso, como en muchos otros, la definición dogmática no hace sino confirmar oficialmente algo que los fieles ya venían celebrando durante mucho tiempo. El icono de la Dormitio es un canto a la victoria de Cristo sobre la muerte. Por esta victoria el cuerpo de María entra como primera entre los elegidos, en la gloria de Dios. La Asunción es así el anuncio y la promesa de la Resurrección de nuestros cuerpos al final de los tiempos. Como María, también nosotros participaremos de la gloria de Cristo, con nuestro cuerpo transformado.
Explicación del icono
Personajes
- El centro de la composición es siempre Cristo resucitado, quien preside esta liturgia. Sostiene en sus manos el alma de María envuelta en las vendas mortuorias. La aureola de color verde oscuro, alrededor de Cristo, está llena de ángeles y arcángeles.
- Las multitudes de los ángeles son llamadas a participar en este solemne acontecimiento y a escoltar a la Madre del Rey al cielo. «Las potencias supremas de los cielos, presentándose en coro ante su soberano, escoltan llenas de temor el cuerpo purísimo que ha acogida a Dios; la preceden en la subida, invisibles, gritan a las huestes que están en las alturas: Mirad, llega la Madre de Dios, Reina del universo».
- María, “duerme” en el centro del icono, con las manos cruzadas sobre el pecho y la cabeza ligeramente elevada, recostada en un lecho ricamente adornado. Lleva el maphorion, manto de color púrpura, signo de su realeza.
- Alrededor del cuerpo de María está todo el colegio apostólico, con Pedro y Santiago, primer obispo de Jerusalén y hermano del Señor. Esto relaciona la fiesta con la Ciudad Santa y con el Protoevangelio de Santiago, apócrifo en el cual se basa en muchos puntos esta misma fiesta: «Cuando te marchaste, oh Madre de Dios, junto a aquel que de ti nació inefablemente, estaban presentes Santiago, hermano de Dios y primer pontífice, junto a Pedro, venerabilísimo y sumo corífeo de los teólogos, y de todo el coro divino de los apóstoles».
- Vemos también a dos mujeres llorando, que son según la tradición las otras dos Marías presentes en la crucifixión, María la de Cleofás y María Salomé.
Composición
El icono evoca claramente una celebración litúrgica con Cristo resucitado como y centro y el conjunto de los presentes hace referencia a la totalidad de la Iglesia. El lecho de María representa el altar cristiano donde se lleva a cabo la liturgia: los apóstoles alrededor que la celebran, Cristo al fondo, en el ábside, que la preside; Pedro que inciensa en torno al altar, como en el momento de la Gran Entrada en la Divina Liturgia: «Alzad los dinteles y acoged con honores dignos del Reino ultramundano a aquella que es la Madre de la Luz eterna. De hecho, gracias a Ella se ha llevado a cabo la salvación de todos los mortales. No podemos fijar en Ella nuestro rostro y es casi imposible no tributarle dignas alabanzas».
Los apócrifos narran que por una orden divina los apóstoles, dispersos por todos los lugares de la tierra para evangelizar, fueron transportados sobre las nubes por los ángeles a Jerusalén, hasta la casa de María para servirla, recibir su bendición y ser testigos de su gloria. «Con himnos teológicos los apóstoles celebraban el divino y extraordinario misterio de la economía del Cristo Dios; y prestando los últimos cuidados a tu cuerpo, origen de vida y morada de Dios, se regocijaban, oh digna de todo canto».
Según los apócrifos, Santo Tomás llegó a Jerusalén cuando la Virgen había sido ya sepultada sobre el Monte de los Olivos. Por este motivo, en el icono, a la derecha, en el lugar de Santo Tomás ausente, está representado San Pablo.
Junto al lecho está representado el cirio pascual usado durante la liturgia de los difuntos. Según la tradición apócrifa, la Virgen lo encendió cuando el ángel le anunció la inminencia de su muerte.
El cielo
Casi como el jardín de la tumba vacía de Cristo, también la tumba de María se convierte en un nuevo paraíso: «¡Oh, las maravillas de la siempre Virgen y Madre de Dios! Ha hecho un paraíso de la tumba que ha habitado, y nosotros hoy rodeándola le cantamos gozosos».
La Liturgia representada en el icono nos traslada al cielo –es casi el movimiento que encontramos en la anáfora eucarística–. El tránsito de la Madre de Dios se convierte así en una liturgia que reúne el cielo y la tierra y todas las criaturas angélicas son involucradas en la alabanza y en la confesión del misterio de la Redención de Cristo: «Desde lo alto las santísimas y nobilísimas huestes angélicas miraban con estupor el prodigio y, con la cabeza inclinada, las unas a las otras se gritaban: “Alzad los dinteles, y acoged a aquella que ha dado a luz al Creador del cielo y de la tierra; celebremos con himnos de gloria el cuerpo santo y venerable que ha hospedado al Señor que a nosotros no se nos ha dado a contemplar”. Y nosotros, festejando tu memoria, a ti gritamos, oh digna de todo canto. ¡Alza la frente de los cristianos y salva nuestras almas!».
Por eso, en la parte superior del icono se ve a María, con un vestido blanco, sentada en un trono. Está en el centro de una aureola formada por tres círculos, símbolo de la Trinidad. Según los apócrifos, los ángeles que llevaron a María al cielo son Gabriel y Miguel.
Sobre la aureola se ve un trozo de cielo, cuyas puertas se abren para recibir a la Madre de Dios. La presencia de los ángeles en la parte superior recuerda al icono de la ascensión de Cristo. María participa en la muerte de su Hijo. Su tránsito a la vida le sobreviene, como también para Cristo, a través de la experiencia de la muerte. La dormición expresa que María participa plenamente, junto a su Hijo, del misterio de la Redención: «También a la Madre de Jesucristo, hijo de Dios, le llegó la muerte a fin de que gustase su cáliz».
Intercesión
María, gloriosamente asunta al cielo, se convierte para toda la Iglesia que la celebra en aquella que intercede ante su Hijo: «Su sobreeminencia excede a toda mente. Tú, oh Inmaculada Madre de Dios, que siempre vives junto a tu Rey e Hijo portador de vida, incesantemente intercedes para que sea preservado y salvado de todo ataque adverso tu nuevo pueblo: nosotros nos gozamos de tu protección, y por siglos, con todo esplendor, te proclamamos bienaventurada».
En la celebración de la dormición, María se convierte así en prototipo, es decir, en modelo, de la salvación para la Iglesia y para cada uno de los cristianos. María, la Madre de Dios, junto al Verbo encarnado, junto al misterio de la Iglesia, junto al misterio del hombre. El hombre atormentado y perdido conducido por María al puerto que es Cristo mismo; el hombre, objeto de la misericordia divina por medio de la Madre de Dios; el hombre alegrado por aquella que engendra a aquel que es la alegría del mundo, Cristo. El hombre es salvado por Dios gracias a la Encarnación del Verbo en el seno de María.
En esta liturgia, entre el cielo y la tierra, además del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y las criaturas angélicas, se reúne toda la creación maravillada: «Cuando el Maestro sepultó a su madre, se reunió todo el coro de los apóstoles, y con ellos los serafines de fuego, y los terribles querubines asociados a su trono, y Gabriel y Miguel con sus huestes; todos los pájaros y animales cantaron la gloria, todos los árboles con sus frutos destilaron perfumes, las aguas y los peces conocieron este día».
La dormición de María es pues Buena Noticia, anuncio de salvación para todas las gentes: «Hoy Adán y Eva gozan porque su Hija habita con ellos. Hoy los justos Noé y Abraham gozan porque su Hija los ha visitado. Hoy goza Jacob porque la Hija que germinó de su raíz lo ha llamado a la vida. Hoy gozan Ezequiel y Isaías porque aquella que profetizaron les visita en el lugar de los muertos».
«Cual fuente viva y copiosa, oh Madre de Dios, fortalece a tus cantores, que preparan para ti una fiesta espiritual, y en el día de tu divina gloria hazlos dignos de las coronas de gloria. El gentío de teólogos de los confines de la tierra, la multitud de ángeles de lo alto, todos se apresuraban hacia el monte Sión a la orden del divino poder, para prestar como es debido, oh soberana, su servicio a tu sepultura. Desde todas las generaciones te llamamos bienaventurada, oh Virgen Madre de Dios, porque en ti se ha complacido en hacer su morada Cristo nuestro Dios, al que ninguna morada puede hospedar. Dichosos somos también nosotros, que te tenemos cual protección: día y noche, de hecho, tú intercedes por nosotros».
De ti salió la vida, sin desatar los vínculos de tu virginidad. ¿Cómo ha podido la inmaculada morada de tu cuerpo, origen de vida, tomar parte en la experiencia de la muerte? Tú que has sido sagrario de la vida has alcanzado la vida eterna: a través de la muerte, de hecho, has pasado a la vida, tú que has dado a luz al que es la vida. Tumba y muerte no han atrapado a la Madre de Dios, siempre atenta con su intercesión. Cual madre de la vida, a la vida la ha trasladado aquel que en sus entrañas siempre vírgenes había hecho morada.
San Juan Damasceno, Oda a la Dormición de la Virgen María