Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.
Hebreos 12, 22-24
El aula eucarística, el templo, es el lugar donde la asamblea celebra la liturgia, de ahí que la concepción arquitectónica del templo esté estrechamente vinculada con la concepción teológica de la asamblea litúrgica. San Roberto Belarmino en sus Controversiae aclaró el aspecto de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y lo ilustró con la analogía del cuerpo: el presidente es la cabeza; la Palabra de Dios, la boca; la Eucaristía, el corazón que vivifica la Iglesia; y la asamblea, los distintos miembros del cuerpo.
El templo se haya rodeado de doce columnas, signo inequívoco de los doce apóstoles, los pilares sobre los que se fundamenta la Iglesia de Cristo, que como profesamos en el Credo es «una, santa, católica y apostólica». Doce es un número simbólico que recoge también las doce tribus de Israel (Gn 35, 22b-26) y las doce puertas de la Nueva Jerusalén (Ap 21, 21).
La nave y el presbiterio están unidos según el siguiente eje: puerta de entrada – piscina bautismal – altar – ambón – sede. Ambos espacios reflejan la imagen de una asamblea unida en una misma acción litúrgica, ordenada coherentemente para expresar los diferentes ministerios al mismo tiempo que favorece la participación. La ubicación de cada elemento litúrgico y su relación mutua, determina la forma de la iglesia. Se recalca la enorme importancia del ábside ya que cierra el itinerario procesional de entrada y contiene toda la asamblea.
En el cristal de la puerta de entrada encontramos grabada la Anunciación, por ser este misterio gracias al cual Cristo entra en la vida del hombre y el hombre en el vida de Dios. También recoge una bella parábola de la concepción y parto virginal de María: «como un rayo de sol atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo».
En el presbiterio destacan la sede, el ambón y el altar, que iconizan los tres grandes aspectos de Jesucristo (Pastor, Profeta y Sacerdote) y la misión de la Iglesia:
- la sede es el lugar de Cristo Rey, que preside al pueblo en la caridad y desde donde lo apacienta dirigiendo la oración e instruyendo con la homilía. La sede se ubica en un lugar destacado del resto de asientos del presbiterio, para que quede vea y sea visto por toda la asamblea.
- el ambón es el lugar de Cristo Profeta, que anuncia la Buena Noticia de la salvación, invita a la conversión y educa a los hijos en la fe. Ambón es una palabra griega que significa monte o elevación, lo cual hace una clara referencia al Sermón del Monte (Mt 5-7), donde Jesucristo muestra el rostro de Dios descrito en las bienaventuranzas y llama a los cristianos a volver a recuperar la semejanza con él.
- el altar es el lugar de Cristo Sacerdote, donde se inmola para hacerse alimento de vida eterna, santificándonos con su gracia. Su amplitud y forma cuadrada son imagen del banquete de Pascua, en el que todos somos invitados a compartir la vida de hijos de Dios que hemos recibido. Las franjas negras que descienden del pie del altar recuerdan los flecos del talit, que es el manto que utilizan los varones judíos para la oración y que les recuerda los mandamientos de Dios (cf. Núm 15, 39-41). En el ara del altar se custodian las reliquias de San Ignacio de Loyola, San Luis Gonzaga, Santa Maravillas de Jesús, Santa Gema Galgani y Santa Gertrudis.
En la nave destaca por su centralidad la piscina bautismal. Simbólicamente la fuente bautismal es tumba y madre porque es el lugar donde queda sepultado el hombre viejo y dónde es engendrado el hombre nuevo a imagen de Cristo. Sus ocho lados hacen referencia al octavo día, es decir, el día de la nueva creación.
A cada lado del eje de la cruz vertical se disponen cinco escalones de descenso y otros cinco de ascenso. Si sumamos a esos cinco los dos que hay desde la puerta de entrada del templo, el cómputo nos sale siete y son signo de la renuncia que el bautizado hace a los siete pecados capitales. Una vez sepultado el hombre viejo y renacido a la vida de hijos de Dios, el bautizado sube otros siete escalones, símbolo de los siete dones del Espíritu Santo, que le conducen a la gloria de la Resurrección en medio de la asamblea de los santos que participan del banquete del Reino (de ahí que los otros dos escalones se encuentren en el templo y conduzcan hacia el altar).
En las esquinas de la piscina bautismal encontramos la representación del tetramorfos, que es la representación de los cuatro evangelistas acompañados de su correspondiente simbología: san Lucas (toro), san Marcos (león), san Juan (águila) y san Mateo (ángel). En en centro de la reja encontramos la cruz con el alfa y la omega (primer y última letra del alfabeto griego que simbolizan a Cristo, «el principio y fin, el que era, el que es y el que ha de venir» (Ap 1, 8) rodeado de ramas de palmas y olivo, símbolos de la paz y de la vida eterna. Este es el motivo de que en la celebración de funerales el féretro sea colocado sobre la rejería.
También es interesante mencionar el significado del color azul egeo de la moqueta del templo. Es un color muy característico que hace que sea, junto al dorado de los iconos, el color más característico de todo el conjunto. Significa el mar, que es imagen de la muerte sobre la que los cristianos, apoyados en Jesucristo, caminan. De esta manera, recuerda el pasaje en el que Jesús llama a Pedro para que vaya hacia él caminando sobre las aguas.